Suzuki en Cordes: la nueva parábola de los talentos

Suzuki en Cordes: la nueva parábola de los talentos

Hay enseñanzas que recibes desde pequeño pero que, por mucha carga emocional que supongan, no comprendes hasta que te conviertes en adulto.

Muchas de ellas, procedentes de la educación religiosa recibida por la mayoría de los integrantes de mi generación, quizá generan incluso rechazo en algunos momentos de crecimiento personal y autoafirmación. Pero son sin duda aplicables a los tiempos que vivimos hoy día.

Cuando escuché por primera vez la parábola de los talentos me cautivó. No sabría decir por qué, pero así lo recuerdo con intensidad. Siendo un niño eres más consciente de tus capacidades. O posiblemente de tus sueños. Y todo aquello que te diga que hay opción de conseguirlos despierta tu interés inmediatamente.

Es curioso que, sin embargo, muchos de los nacidos con la Constitución optaran por trabajos, actitudes o incluso educaciones superiores tendentes al individualismo. Y posiblemente por ello varios de los más brillantes estudiantes acabaran en oficinas como meros cargos intermedios, quemados con sus jefes y altamente frustrados.

Pocas veces nos dejaron en nuestra infancia realizar actividades conjuntas con nuestros padres. Apenas los que realizaban algún deporte y competían el fin de semana los tenían acompañándolos en las gradas. Y en ocasiones, como ocurre hoy día, la presión ejercida superaba a la emoción de tenerlos cerca.

Sin embargo, hay métodos en la música que han optado por una filosofía integradora y aperturista. Por enseñar a los niños desde pequeños que el entorno positivo con sus progenitores les ayuda a crecer, a realizarse y hasta a inspirarse. Y donde a su vez los adultos participan con ilusión y espíritu crítico, pero con conciencia, de la evolución de sus retoños.

Posiblemente una de las primera personas que aplicó el método de Shinichi Suzuki en Valencia fue Elena Roig. Primero con clases particulares, teniendo que explicar a los padres porqué lo que les ofrecía era diferente. Y más tarde en la escuela Cordes de Alboraya, donde el número de alumnos no ha parado de crecer desde su apertura y aglutina edades que van desde los tres años hasta los 17, creando una orquesta de cuerda o introduciendo los ejercicios primarios para primerizos y sus bebés.

Su lema reza que Todos los niños tienen talento, algo que se manifiesta en la creación del entorno adecuado, trabajo progresivo, refuerzo positivo y motivación. Reflejado, además, en una explicación muy sencilla: todos los infantes del mundo, tengan las circunstancias de vida que tengan, aprenden a hablar perfectamente la lengua materna. Lo que asemejan totalmente al proceso seguido con instrumentos como el violín, la viola, el cello o el piano.

Pero un lema no lo es plenamente si no es consecuente con lo que pregona. Y en Cordes lo son. Allí tocan niños y niñas, pequeños y grandes, con condiciones visibles o difíciles de encontrar… y con síndrome de Down.

Porque si algo tiene la música es la plena integración de cualquier persona. Hay casos clínicos que reaccionan únicamente a estímulos si provienen de un instrumento. Y ese es el siguiente paso.

Estamos en la era de la igualdad. Y para hablar de ella con propiedad, estamos obligados a dar oportunidades a aquellos a quienes habitualmente se protege de manera paternal. Sin saber, muchas veces, que el talento está. Y solo hay que saber qué resorte tocar para sacarlo a la luz. Una luz enormemente brillante.

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